CRÓNICAS VERDE Y GUINDA DE LOS CHEYENNES: LAS ELECTRIZANTES ENSEÑANZAS DE MANUEL RODERO (Por Omar Ureña)

Crónicas verde y guinda de los Cheyennes: Las electrizantes enseñanzas de Manuel Rodero

por Omar Ureña 

Chicago, IL., 19 de Junio, 2022

Mi padre y yo nunca fuimos los más corpulentos en nuestros equipos en los que jugamos en categoría juvenil, -él con los Cheyennes de la Vocacional No. 2 y yo con los Gamos del C.U.M.- pero teníamos el complemento más grande que un individuo puede tener, el espíritu para luchar en el campo y hasta más allá de las haches, llegando a Liga Mayor a mi padre no le interesó clavarse en el gimnasio, a mí sí, por la competencia encarnizada por ser primer equipo en los Cóndores de la UNAM.

En distintas épocas conocimos que la virtud de un jugador de fútbol americano radica en su espíritu, el mismo que mi padre consolida día a día viene desde ahí, desde el Cerro del Chiquihuite, desde la Vocacional 2, fueron las electrizantes enseñanzas de Manuel Rodero lo que Ruben Ureña Gómez me transmitió para prepararme en el campo y fuera de él. 

Rubén Ureña Gómez, QB #17, al frente de la ofensiva de los Cheyennes previo a un juego en 1958
(Colección Ruben Ureña Gómez/Copyright Gráfico Sports)

Esas enseñanzas que crean chispas como cargas eléctricas nacen desde mis épocas doradas de infancia del fútbol americano, admirando los juegos de liga mayor en el Estadio de la Cd de los Deportes, o acompañando a mi padre en su trabajo como ingeniero en la obra de instalación eléctrica del Hospital Magdalena de las Salinas o viviendo a flor de piel saltando al campo del Estadio de C.U. con la tribu verde y blanco cuando el ‘Flaco’ Ureña fue coach asistente de los Cheyennes del IPN en 1973, comandados por mi padrino Carlos Díaz Ibarra. 

Luego nos dirigimos hacia Zacatenco. Yo, a mis 5 años daba paseos con el #47 de los campeones nacionales de 1962 por el casillero de los Cheyennes, recopilando información pero sobre todo, recolectando el espíritu que Manuel Rodero sembró ahí, eran los días en que soñaba con que algún día yo fuera a ser parte de los Pieles Rojas de Acción Deportiva, el mismo equipo comandado por el ‘Gallo’ Rodero, me hacía vibrar en las tardes de otoño en el Estadio de la Ciudad de los Deportes.

Ser Cheyenne era ser respetado, el jugador que se paseaba por la Santa María La Ribera, la Obrera, la Guerrero, con ese corte de pelo a la ‘mohawk’ en la cabeza y la chamarra de Cheyennes, eran iconos de respeto, un símbolo de un ejemplar estudiante atleta. Su presencia estoica comenzaba desde la llegada de los Cheyennes a cada uno de los campos que se presentaban a jugar, así fuera el Casco de Santo Tomás, Zacatenco, en C.U. o el Colegio Franco Español, fue ahí una vez, cuando Rodero arribó con sus muchachos y se escucharon los comentarios de la gente, el que arreglaba el campo, siendo ajeno a la estética de la Voca 2 decía: ”Mira que impresionantes se ven los Cheyennes”. Uniformes pulcros en guinda, blanco y verde, zapatos de bota negro y el casco con una línea blanca.

Cheyennes ESIME Comercio (Colección Ruben Ureña Gómez)

Estos son algunos de los jugadores que forjaron esa tradición, primero con la leyenda Humberto Aréizaga, posteriormente con su hermano Guillermo ‘Willy’ Aréizaga, el detallado guard Héctor Palma, el potente corredor Antonio Trapero -hermano de Cándido, ‘el Expreso de Santo Tomás’-, el estupendo centro y LB Carlos Díaz Ibarra, el asombroso Alfonso Portugal, el dedicado José Luis Huerta, el invencible Cornelio Chit.

La competencia era al máximo, las novatadas eran crueles pero ahí se forjaron jugadores con coraje y disciplina, no se buscaba el triunfo de un grupo de estrellas, ahí desde que el novato llegaba, asumió su identidad de guerrero para defender para la escuela que los estaba formando y de ninguna manera para su ego personal. Quien tenía aire de estrellas entendía la lección en el campo de entrenamiento de manera elemental, a golpes.

Las prácticas más intensas del fútbol americano de México se desarrollaban en el Parque 18 de Marzo. Y cuando era el momento de la guerra enfrentando a su contraparte del IPN sucedieron explosiones sensacionales. Nunca hubo juegos tan embarrados de sangre y fuego que buscaran la gloria y el honor, como los que se daban en Intermedia entre la Voca 2 y el Internado, que despertaba la ira de los Cheyennes.

Carlos Díaz enfrentó en las trincheras a las tremendas Iguanas del Internado del IPN. El juego de campeonato de 1957 era la revancha de la amargura de la temporada pasada. En ese juego Díaz dio todo en el campo, leyendo a la defensiva y bloqueando. El ataque de Manuel Rodero se abría con receptores. Los Cheyennes iniciaron explosivos con pase de TD de Héctor Arellano a Francisco Ávila, las Iguanas en su intento por regresar se toparon a un Trapero como monstruo. 

Los Cheyennes querían el triunfo y ser los ganadores con héroes como Sergio Cuevas, Roberto Almeida, Roberto Cruz, Sergio Armenta. Cuando las huestes de Jacinto Licea se recuperaron de un déficit de dos anotaciones vino la gallardía de los pupilos del ‘Gallo’ en el último cuarto y decapitó a las Iguanas para proclamarse Campeón. 

En un juego mi padre con sus hermanos Cheyennes, Salvador ‘Pipo’ Vélez, Daniel ‘Tacuches’ Hernández, enfrentaban a los Fogoneros de la Prevo 3 y la sangre de la Tribu de la Dos vibraba con las jugadas que realizaban en el Casco de Santo Tomás, fue una tarde en un campo cubierto de coraje que se esparcía por doquier de manera dramática.

Rubén Ureña (36) ejecutó una tacleada impresionante al corredor de Fogoneros, a su salida del campo el Coach Rodero le gritó: “¡Ureña! ¡Te faltó jalar las piernas!” Para Rodero lo que realizaban sus jugadores no era suficiente. Eran juegos en los que el alma no se guiaba por el dolor, sino por el espíritu, eran las ganas de vencer al enemigo en cada jugada, era el espíritu de guerreros Cheyenne. 

Rodero y esas gafas que lo caracterizaron una década después con los Pieles Rojas de Acción Deportiva, equipo que condujo al Campeonato Nacional en 1975, derrotando a los Borregos Salvajes del Tec de Monterrey que contaban con el veloz Ronnie Washington. Rodero mostró una disciplina y estética similar a la del entrenador Vince Lombardi. Los ojos de Rodero, que observaban, leían y sentían el fútbol americano, desde la Voca 2, contando con un grupo de veteranos que reclutaron para él estudiantes corpulentos en la escuela, allí mismo le decían al joven: “El Coach Rodero te espera en el campo de entrenamiento”.

El Coach Manuel Rodero con los Pieles Rojas

‘El Gallo’ invitó a mi padre a jugar con los Pieles Rojas, pero el ‘Inge’ Ureña ya había dejado el emparrillado por dedicarse a nosotros, su familia y a su carrera en el IMSS.  Siempre vio a su coach como héroe y siempre lo motivó a ser mejor, estando en juvenil Rodero lo invitó a entrenar con los Burros Blancos en Liga Mayor, así era como motivaba Manuel Rodero. Es ahora y siempre donde ese espíritu radica y mientras sus jugadores sigan vivos sus legados se traspasan a otro contexto y otras tierras, otras dimensiones.

Polémico, con una mente precisa y un corazón apasionado por la perfección, en 1989 condujo a los Pieles Rojas del IPN, guiados por el impresionante Alejandro Morales, al Campeonato Nacional, derrotando a las Águilas Blancas del coach Jacinto Licea en el Estadio Wilfrido Massieu.

Eso, su mente triunfante, es lo que marcó la diferencia en una dinastía de guerreros para convertirse en el héroe de una tribu de linaje, que se rige por la humildad, la integridad y el honor, la de los Cheyennes fue la mejor. Gracias por las enseñanzas Manuel “el Gallo” Rodero.

¡Feliz día del padre mi Flaco Ureña!

Sigue a Omar Ureña en Twitter: @omarurena_  

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